Aprendiendo a vivir con los «cogs»

By 28/10/2014

Darío Gil, Director, Symbiotic Cognitive Systems, IBM Research

Darío Gil, Director, Symbiotic Cognitive Systems, IBM Research


Por Darío Gil

El desarrollo de tecnologías capaces de multiplicar nuestra capacidad muscular liberó al hombre de buena parte de la servidumbre del trabajo físico y transformó el mundo; del mismo modo, las tecnologías que permiten ampliar nuestra capacidad mental tienen un potencial de transformación aún mayor. Nos proporcionan un horizonte inmediato en el que nuestras decisiones se verán enriquecidas por unos nuevos compañeros de viaje: los «cogs».

Pero antes de presentar a estos nuevos socios, creo que es necesario reflexionar sobre el rol singular que desempeña la tecnología, tanto desde el punto de vista utópico como distópico. La dimensión utópica del progreso tecnológico contempla un nirvana en el horizonte, en el que los infortunios humanos son vencidos por una vida de plenitud, en la cual máquinas inteligentes hacen nuestro trabajo y el ocio es la norma. Por su lado, la visión distópica pone el acento en nuestras limitaciones y arrogancia, y habla de la creación de poderes que no podemos controlar y que terminan en conflictos existenciales. El mundo de la inteligencia artificial ha generado numerosas historias, tanto utópicas como distópicas, aunque estas últimas se prestan mucho mejor a convertirse en guiones cinematográficos…

Al principio los ordenadores eran aburridos, un mundo de números y cálculos, pero, a medida que se iban haciendo más interesantes, nos las arreglamos para acabar con uno en cada bolsillo. Aun así, y a pesar de los múltiples usos que les encontramos, nunca nos sorprendían, no entendían nuestro idioma, no tenían conocimiento, eran cualquier cosa menos impredecibles.

Ahora las cosas están cambiando: en un alarde de inventiva, los científicos e ingenieros consiguen verdaderas proezas con nuestras nuevas máquinas. ¿Por qué no derrotar a un humano al ajedrez? Un ordenador pudo hacerlo. ¿Por qué no ganar a los mejores concursantes de Jeopardy? También se hizo. A medida que nos acercamos a terrenos que consideramos pertenecen en exclusiva al ámbito de la inteligencia humana, nos empezamos a preguntar, alarmados: ¿qué está pasando? ¿Se va a crear realmente una nueva inteligencia?

Lo cierto es que algo notable está ocurriendo. La convergencia de tres potentes tendencias en el mundo de las tecnologías de la información está provocando un renacimiento en el campo de la inteligencia artificial: 1) se está digitalizando una enorme cantidad de conocimiento y experiencia humanos; 2) se han desarrollado nuevos algoritmos muy potentes de aprendizaje, capaces de aprender a través de ejemplos; 3) la ley de Moore continúa vigente, se sigue duplicando la potencia de los ordenadores cada 18 meses. El conocimiento digitalizado se utiliza para entrenar a los algoritmos de aprendizaje, que en último término son capaces de operar a la escala y con la velocidad necesarias gracias a nuestras máquinas súper potentes. Ya sea aplicándolas a la robótica, a los coches que se conducen a sí mismos, al reconocimiento del habla o de imágenes, al diagnóstico médico o al marketing, las aplicaciones pueden ser tan variadas como patrones quedan por descubrir.

El descubrimiento de patrones está muy relacionado con la inteligencia y la pericia. Un gran maestro de ajedrez ve y actúa sobre patrones del tablero que son invisibles para la mayoría de nosotros. Un anestesista sintetiza docenas de señales simultáneas y toma decisiones de vida o muerte, en segundos, durante horas. Después de miles de horas de práctica, han desarrollado la experiencia que les permite tomar el tipo de decisiones que asociamos con un “experto”. Esta experiencia informa cada una de sus decisiones profesionales y hace posible que las tomen sin la apariencia de esfuerzo.

A menudo, sin embargo, nuestra experiencia, por buena que sea, no basta. A veces nuestro entorno es mucho más impredecible de lo que imaginamos, vemos patrones causales donde no los hay. Otras veces nuestra experiencia no es tan amplia como pensamos, podemos pecar de confiados y cometer graves errores. Los científicos que estudian la toma de decisiones han catalogado docenas de errores sistemáticos que todos cometemos en ese proceso (para aprender más de cómo tomamos decisiones y de los errores que cometemos recomiendo de manera entusiasta leer la obra Daniel Kahneman, psicólogo y premio Nobel de Economía).

La llamada computación cognitiva constituye el futuro, ya que nos permite llenar nuestras lagunas de conocimiento y mitigar nuestros prejuicios en la toma de decisiones. Podremos establecer más conexiones, discernir más patrones complejos y generar mejores conocimientos, dándonos así más confianza para tomar mejores decisiones.

Se trata de un nuevo modelo computacional en el que el sistema se relaciona con nosotros y nosotros con él. Trabajar con un sistema cognitivo es un diálogo, una relación simbiótica. Nosotros proporcionamos los problemas, el contexto, nuestra experiencia, sentido común y valores. El sistema cognitivo aporta su capacidad de análisis y descubrimiento, insuperable en su habilidad para establecer conexiones y extraer las fuentes más relevantes a través de todo el conocimiento digital disponible. Ambas partes se benefician: nosotros tomamos mejores decisiones y el sistema se vuelve más inteligente a medida que lo utilizamos. Así es como Watson, nuestro primer sistema cognitivo, está trabajando ya con algunos de los mejores oncólogos y especialistas en genoma del mundo para contribuir al futuro de la medicina.

El diseño al que aspiramos es aquel en el que los ordenadores operan según nuestros términos, relacionándose con nosotros mediante una combinación de interfaces multimodales basadas en el habla, los gestos y el tacto. Deberían tener capacidades avanzadas de visualización y navegación. Si un sistema cognitivo va a ser copartícipe de nuestras decisiones y nuestras reuniones, deberá comprender el contexto y tendrá que saber comportarse.

Este es el futuro que estamos creando en nuestros laboratorios de IBM. Estamos construyendo entornos cognitivos altamente interactivos, habitados por una población de agentes de software especializados que llamamos «cogs». Cada «cog» está diseñado para hacer una pequeña tarea concreta: uno puede estar comprobando los datos que mencionamos mientras hablamos, otro se dedica a realizar reconocimiento facial para entender nuestras expresiones, otro nos puede ayudar a razonar para entender una tabla de decisión. Los «cogs» están diseñados para seguir e interactuar con las personas y entre ellos, dentro y a través de una variedad de entornos cotidianos, proporcionando una experiencia computacional coherente en el tiempo y en el espacio. Como son capaces de trabajar unos con otros, podemos utilizar una sociedad de «cogs» para que colaboren con nosotros en la resolución de problemas. En nuestro laboratorio ya los estamos utilizando para explorar la forma en que podemos mejorar la calidad de las decisiones de grupos de profesionales que deben tomar importantes decisiones de negocio.

En este sentido, me gustaría aportar un poco de tranquilidad sobre el temor de ser sustituidos por máquinas inteligentes. Imaginemos que se desarrolla un nuevo sistema de apoyo a los padres basado en inteligencia artificial, que los expertos demuestran que proporciona sistemáticamente mejores consejos que los que los padres somos capaces de proporcionar. Parece ridículo pensar que ese sistema, por bueno que sea, vaya a reemplazar a los padres; yo nunca aceptaría que una máquina me sustituya en mi papel de padre con mis dos hijas. Sin embargo, sí agradecería un sistema bien diseñado que colaborara conmigo en mis propios términos para ayudarme a ser mejor padre. Educar, relacionarse, aprender, descubrir, crear, no se pueden entender meramente como medios hacia unos fines. Para las personas son fines en sí mismos, y en una sociedad libre y plural su significado y valor no se determina solo por el progreso tecnológico.

Cuidado con los futuros utópicos y distópicos atribuidos a los avances tecnológicos. Lo que a menudo desvelan no es otra cosa que la visión del mensajero.

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